El Renacimiento empieza en Córdoba

11/04/2003 – Autor: R.H. Shamsuddín Elía

«En ningún momento, ni Roma ni París, las dos ciudades más pobladas del Occidente cristiano, se acercaron al esplendor de Córdoba, el mayor núcleo urbano de la Europa árabe-islámica» («La vida cotidiana de los árabes en la Europa medieval»).

Charles-Emmanuel Dufourcq, medievalista francés.
Mezquita-Catedral de Córdoba, Andalucía

Mezquita-Catedral de Córdoba, Andalucía

Dice el historiador musulmán argelino al-Maqqarí (1591-1634) que la ciudad andalusí de Córdoba, en el siglo X, era una ciudad civilizada no inferior a Bagdad y Constantinopla. En esa época, en la urbe que se alzaba en la orilla sur del Guadalquivir, había una población de casi un millón de almas (hoy apenas alcanza las 300 mil y no es ni la sombra de lo que fue) encerrados en un perímetro que medía doce kilómetros y en 21 arrabales; con 471 mezquitas, 600 baños públicos, 213.077 casas de clase media y obrera, 60.300 residencias de oficiales y aristócratas, y 4.000 tiendas y comercios en una superficie de 2.690 Ha. Un artístico puente cruzaba el río, que aún lleva su nombre árabe (uadi al-kabir: «el río grande»), y en ambos lados se extendían los barrios de la dominante población musulmana: árabes y bereberes de Africa, muladíes (descendientes de los godos conversos al Islam), comunidades de judíos sefaradíes, cristianos arrianos y católicos (mozárabes), eslavos y bizantinos del este de Europa.

Las calles estaban empedradas y alumbradas de noche. Se podían andar quince kilómetros a la luz de los faroles callejeros junto a una serie ininterrumpida de edificios. La Córdoba musulmana era famosa por sus jardines, alcantarillas, acueductos y paseos de recreo, cuando Londres y París eran aldeas toscas y nauseabundas.

Durante su largo reinado, primero como emir y después como califa, Abderrahmán III (891-961) elevó a Córdoba a su cúspide. Fue gran administrador, incansable constructor y Sigue leyendo